Decir No

¡Cuánto nos cuesta decirles No!

Ocho horas en la oficina, más el atasco de vuelta, no llegas a recoger al niño, que ya lleva más de nueve horas en el cole y tu marido de viaje. Tenéis que pasar a hacer la compra....y luego el baño, la cena, el cuento....y estás tan cansada... ¿Te suena? Este es el pan nuestro de cada día para la mayoría de madres de nuestra sociedad. Y en muchos casos continúa....”Y encima el niño cada día se porta peor: no quiere bañarse, come fatal, jamás obedece, tiene pataletas si no consigue lo que quiere....” Pero a la vez pasáis tan poco tiempo con él que no queréis que estos ratos se conviertan en batallas campales y vais cediendo....y a veces sentís que “no podemos con nuestro hijo”.

Esta secuencia se repite cada vez más en nuestras familias. Nos cuesta mucho decirles “no” a nuestros hijos, el famoso “ponerles límites”. ¿Por qué? Porque estamos muy poco tiempo con ellos, estamos cansados y sin ganas de “oírles” ni “pelear” con ellos.

Tampoco queremos ser padres demasiado autoritarios, censurarles o “aplastarles la personalidad”.

Además, al educar a nuestros niños se nos despiertan miedos. Miedo a hacerlo mal, a que no nos quieran o nos quieran menos (emociones que aumentan en los casos de separación), miedo a no ser los padres estupendos que fantaseábamos ser. Y miedo también a aceptar nuestros propios límites, como personas y como padres (aceptar que no podemos hacer todo y que no todo es posible).

Parece claro que los niños necesitan límites, normas. Necesitan que se les diga “no”, pero ¿para qué exactamente?

En primer lugar para crecer más seguros y tranquilos. Los límites les protegen, saber lo que se puede y no se puede hacer da sensación de protección y seguridad. Para socializarse, para internalizar las normas. Porque se necesitan reglas para todo en esta vida, para circular por la calle, estar en el cole, en casa del vecino, para jugar al parchís...

También para aprender a tolerar la frustración, a esperar ( no todo es “ya”, “ahora mismo”) y a renunciar (“algunas cosas no pueden ser”).

Los límites les ayudan a “organizar” su cabeza (esto si, esto no)y a tener capacidad de desear cosas y motivación para conseguir lo que quieren.

Para aprender que nadie es todopoderoso (ni siquiera los papás) y que no se puede hacer todo.

Y, sobre todo, les sirven para saber que nos importan y que les queremos (aunque en el momento del “no” nos odien).

En resumen, a veces a los papás se nos hace difícil ir poniendo límites a los hijos según van creciendo pero siempre será necesaria esta función limitadora, adecuándola a cada etapa de su desarrollo. Así, nuestros hijos crecerán más seguros, tranquilos y (aunque a ellos les cueste creerlo) felices.

Soledad Cuadrado Moreno
Psicóloga clínica (M-19045)
Directora de Global Psicología